Yangón, ciudad astrológica, de rubíes y la gran pagoda…

Hay muchos países que destacan por su originalidad, sus contrastes, sus estilos, pero pocos que destaquen por estar sembrados de sonrisas. 

Hablar de Myanmar, antigua Birmania,  es hablar de bonitos y dorados templos, pagodas, lagos, ríos donde reman a pie, mujeres pintadas con thanaka, túnicas granates,  puentes de madera, leyendas llenas de magia y misticismo y lo más importante, lugar donde el tiempo no corre, ya que como leí en algún lugar, la palabra “tiempo” en este país no cobra sentido.

La simpatía y calidez de su pueblo quedan plasmadas en sus caras, las sonrisas se multiplican por segundos cada vez que cruzas la mirada con algún lugareño, y esto, se lleva a tal extremo que en este país hasta los Budas muestran una sonrisa. Como decía W.Thackeray: “ Una sonrisa es un rayo de luz en el rostro”.

Yangón, capital del país hasta 2005, es hoy una de la ciudades más pobladas del país y es donde quizá más se funde la tradición, el colonialismo y la modernidad. 

Todo gira en torno al fascinante complejo religioso de Shweadgon, situado al oeste del lago Royal en la colina Singuttara, que guarda en su interior ocho cabellos del príncipe Siddharta Gautama, Buda. Es un lugar donde sin duda se te corta la respiración; pasear entre los numerosos altares, santuarios o pagodas es un regalo para los sentidos. La bienvenida siempre te la da una pareja “chinthe”, da igual por la puerta que se acceda, siempre se verán esas figuras mitad león mitad dragón tan típica de los accesos a los templos asiáticos. Si tuviera que elegir, entraría por la entrada sur (hay cuatro que se corresponden a los puntos cardinales) y entraría por esta ya que me fascinaron las pinturas que hay en los pasadizos cubiertos que llevan a la monumental terraza central. Aunque ha sufrido varias transformaciones, la actual estupa de cien metros de altura data del siglo XVIII. Cuando el sol roza los 27.000 kg de oro en finas láminas procedente de las joyas que ofrecen los fieles, la ciudad brilla, al igual que brillan los ojos de cualquier persona que se sitúa en frente de ella cuando queda deslumbrado por el reflejo de los 5.448 diamantes, siendo el más grande de 72 kilates y 2.317 rubíes situados en la cúspide de la misma, realmente es un espectáculo.  Como decía Norman Lewis, al país se le conoce como “Savarna Bhumi” (tierra dorada) o “Sona Paranta” (país dorado) por la luz de sus pagodas.

Sobre la base de la estupa se encuentran diversas terrazas a las que sólo pueden acceder los monjes y los hombres. Los monjes son los modelos a seguir por los birmanos, ellos visten de granate y ellas de rosa.  A lo largo del país hay muchos conventos y centros budistas. El noviciado, o como ellos lo llaman el sin pyu, es la etapa más importante dentro de la vida de un niño birmano que ingresa en un convento, me fascinó conocer la tradición de su religión, desde cómo llegan esos niños de nueve o diez años al convento hasta ver el comportamiento de sus familias una vez que les ha sido entregada la túnica. Pese a que esto lo había visto en muchos países budistas, Myanmar es diferente, está anclado a sus tradiciones como en pocos sitios he visto, como decía Kipling “Myanmar es distinta a cualquier lugar que hayas visto antes”
Los templos que completan el recinto tienen diferentes arquitecturas dependiendo quiénes  hayan realizado las ofrendas para construirlo. Además de la gran pagoda se ven cientos de santuarios, altares, pequeñas pagodas todas ellas decoradas con gran detalle. A mi me encantaron lugares como la gran Campana del Rey Tharrawaddy,  el pequeño Santuario Mahabodhi que es una  réplica a menor escala del santuario que tiene el mismo nombre en India, el Gran Árbol del Bodhi que nació de las semillas del árbol del templo que está en Bihar, etc. 

Aquí se ve  una vez más la gran tradición budista conocida como Let Ya Yit, que consiste en caminar alrededor de la pagodas en dirección a la agujas del reloj, quizá aquí y en Bután han sido los lugares donde más veces lo he visto. También se pueden observar otras tradiciones budistas como el baño a los Budas así como tradiciones hinduistas astrológicas.
Los diagramas y calendarios astrológicos mandan en la vida de los birmanos. Todos saben en qué día nacieron, qué planetas les protegen y deciden su destino. Haga lo que haga un birmano, antes consultará un calendario astrológico de bolsillo. Sin embargo, para los asuntos importantes suelen visitar a los expertos.
Todos los cuidados del recinto los realizan los lugareños, es increíble ver lo bien organizados que están. Para barrer todos en la misma dirección y a la misma velocidad, llevan personas que les dirigen. Realmente son sorprendentes, como decía Sir James G. Scott en su obra Vida y nociones de los birmanos, «(…) son personas muy calmadas y que siempre están contentas porque no necesitan nada, ya que carecen de ambición».

El buda más bonito de la ciudad se encuentra en el templo Chaukhtatghy. Con sus sesenta y cinco metros, se encuentra recostado sobre el brazo derecho, tiene ojos de cristal y labios muy marcados en color rojo. En su diadema se pueden ver un gran número de brillantes y piedras preciosas y en las plantas de los pies encontramos las ciento ocho lakshanas o características favorables del Buda. Cerca de este templo esta la Pagoda Nga Htat Gyi donde se encuentra un enorme buda sentado de oro y piedras preciosas.

El Templo del Buda  Kyauktawgyi alberga un gran buda blanco de casi ocho metros tallado en una sola pieza de mármol. El lugar es increíblemente bonito y donde se respira una paz alucinante.

Otra pagoda menos turística pero de gran devoción para los birmanos es por ejemplo la Pagoda Bothtaung con un interior laberíntico con paredes de pan de otro y las reliquias y los pelos sagrados del Buda Gautana. 

La zona de Maha Bandula Park es un tranquilo espacio verde situado junto a la Pagoda Sule, esta zona está rodeada de edificios emblemáticos tales como la Corte Suprema, el Ayuntamiento, la iglesia Baptista, sinagogas o mezquitas. En el centro del parque se encuentra el Monumento a la Independencia. 

El lugar de relajación para los lugareños es el Lago Kandawgyi cuyo nombre significa “gran lago real” fue creado durante la época colonia británica. En él se encuentra el famoso Karaweik Hall, palacio  en forma de barcaza de hormigón y estuco en dos pisos, reforzado con varillas de hierro, actualmente alberga un restaurante.

La esencia de sabores, colores y olores de la ciudad la encontramos en los mercados. En ellos podemos  comprar de todo, desde alimentos hasta piedras preciosas. Me encanta como A. Orwell  habla de sus maravillosos mercados en su libro Los días de Birmania: “ En el mercado había pomelos como lunas verdes colgados de cuerdas, bananas rojas, cestos de gambas del color del heliotropo y el tamaño de langostas, pescado seco (…)” En la ciudad destacan varios mercados como por ejemplo el de Bogyoke Aung San, dedicado mayoritariamente  a la artesanía, el de Theingyi Zei dedicado a tejidos, hierbas medicinales y especias.

Además se pueden encontrar numerosísimos mercados nocturnos y puestos callejeros de comida como los que se encuentran en el famoso barrio de Chinatown. Esta zona junto con la zona del barrio hindú, son barrios muy ambientados y organizados por sectores, es decir, se encuentran la calle de las joyerías, la de la electricidad, la de los utensilios de cocina, etc. 

Puesto que una de las cosas que más me gustan de los países asiáticos son los masajes, fuimos a uno de los sitios que me recomendaron personas de las que me fío totalmente y menos mal que fueron ellas porque cuando llegué al lugar por poco no entro. Nada más acceder te llevan a un primero piso donde hay numerosas habitaciones con bombillas rojas en la puerta. Te dan un pijama que parece de presidiario. Las habitaciones pueden ser individuales pero en nuestro caso nos los dimos todos. Te tumbas sobre las camas y aparecen las chicas que desde luego te dan un masaje que te dejan como nuevo, fueron increíblemente buenas por seis euros la hora y media. Tras finalizar nada mejor que un tecito en uno de los lugares cercanos al centro.

Desde la estación central se puede coger un tren que hace un recorrido circular alrededor de la ciudad. La estación en sí ya es bonita y de estilo colonial, pero lo mejor sin duda es entremezclarse con los ciudadanos, ya que además de devolverte sonrisas por doquier, quieren continuamente interactuar, con lo cual, el trayecto es doblemente agradable.

Puesto que no teníamos tiempo de hacer el recorrido completo ya que dura tres horas, nos acercamos a un mercado que me encantó. Fundamentalmente eran puestos de productos alimenticios, lleno de color y olor y un gustazo porque en este país les encanta que les hagas fotos con lo cual yo me divertí doblemente.

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