Túneles de piedra en la ribera del Tarn

El sonido del motor era lo único que escuchaba al transitar por esa estrecha y cautivadora carretera tras leer el cartel Gorges du Tarn. Siguiendo el curso del río Tarn, el cual nace en el Monte Lozère a una altitud de mil seiscientos metros,  se sitúa un espectacular cañón excavado en un macizo de piedra caliza perteneciente en su mayoría al departamento de Lozère y parcialmente al de Aveyron.  Transcurre aproximadamente a lo largo de cincuenta y tres kilómetros donde es acompañado de una  sucesión de curvas entre acantatilados, valles y pequeños pueblos,  los cuales conservan su alma y patrimonio cultural, formando un marco pictórico digno de fotografiar. 

Grandes autores franceses como Victor Hugo, Émile Zola o Charles Baudelaire, ya hablaban en sus novelas y poemas siglos atrás del sentimiento que producía en el corazón y en la mente el gran espectáculo que formaba el río de aguas verdosas cristalinas cuando descendía formando gargantas que se transitaban en pequeñas canoas ya que era la única manera de acceder a los núcleos de población. 

En el cruce de las Gargantas del Tarn y el Parque Nacional de Cévenes,  en plena  carretera D907BIS,  se sitúa Ispagnac,   con una bonita iglesia románica de  fachada rosa, un gran número de pasadizos, rincones, pequeños huertos mezclados con bellos jardines y sus  casas más modernas  decoradas con detalles renacentistas y góticos pórticos. Desde el inicio de la ruta ya pude observar que los pueblos o aldeas que me iba a encontrar tenían la huella de la historia tallada en sus piedras.

Continuando por la sorprendente carretera, se accede al pequeño pueblo de Quézac, donde gracias a su microclima  está ubicada la fuente de donde emana el agua mineralizada que lleva su nombre y donde se sitúa su fábrica, pero si hay algo fantástico por donde transitar es por el puente medieval del siglo XIV, creado para permitir el acceso de los peregrinos a la Colegiata que lleva el mismo nombre. 

A la orilla opuesta del río se encuentra el Castillo Rocheblave que da acceso a la Causse Sauveterre, meseta muy erosionada que cuenta con algunas granjas que parecen pequeños pueblos fortificados entre grandes campos de trigo tal y como señala Crossbill en su guía denominada Cevennes y las Grands Causses donde muestra la flora, fauna y la historia natural de esta bonita y salvaje zona del sur de  Francia. Con sus diecinueve rutas descritas minuciosamente el lector puede explorar Cevennes y Grands Causses tanto a pie como en moto. 

Dejándote llevar por la sinuosa carretera teniendo como compañeras las piedras calizas, las aguas del río  y ese olor a humedad que emana en estos lugares, avancé hasta una pequeña construcción de piedra ubicada en una curva y desde donde pude observar la belleza de Castelbouc, pequeña localidad  enclavada en la ladera del rio , mágica y no exenta de misterios y  de leyendas. 

Su pequeña iglesia está rodeada de una veintena de casas reconstruidas en piedra, es un lugar de pura fantasía donde tampoco le falta la ruinas de su castillo y su leyenda. El castillo, en lo alto del risco, y desmantelado en el siglo XVI, es hoy inaccesible y probablemente gracias a esta soledad su leyenda se mantiene viva:

Cuentan los lugareños que en el siglo XI ante la ida de los hombres a las Cruzadas,  Raymond, señor del castillo apelaba a que no él no estaba hecho para llevar armas ya que era un poeta y trovador. Las mujeres de la aldea ante la ausencia de sus maridos, solicitaban la compañía del señor convirtiéndose el castillo en un lugar muy frecuentado por  las aldeanas. Tras la muerte del señor, las mujeres afirmaron que un macho cabrío rondaba las murallas del castillo y decían que era el alma del señor, y que se le oía en las noches de luna llena,  de ahí proviene el término que da nombre el pueblo “Castel Bouc”. 

Avanzando por la bonita carretera ya se empiezan a ver numerosas canoas y kayacs con sus brillantes colores sobre el azul verdoso de las aguas. Y así se llega  a uno de los pueblos medievales más interesantes de la zona situado entre ambas riberas del río enclavado sobre un bonito meandro.  Gracias a su particular estilo arquitectónico Saint-Enimie está incluido en la lista de los Pueblos más bonitos de Francia formando parte del patrimonio mundial de la UNESCO. Por tanto, el único ruido del motor de mi moto que oía hasta ahora se perdió entre el bullicio de la localidad; es uno de los lugares preferidos para los bañistas y punto de encuentro de turistas que transitan el río en canoa.  Es la localidad de los servicios, está llena de restaurantes, tiendas, cafés etc., pero aún así mantiene un encanto especial si nos adentramos en sus estrechas, empinadas y adoquinadas callejuelas.  Además de poder descubrir numerosas construcciones arquitectónicas medievales,  también se pueden observar en las puertas de las casas unos grandes cardos, que sirven de barómetro natural y  que se han convertido en símbolo de la comarca.

Con su particular leyenda sobre el convento benedictino que corona la población sobre ese telón de fondo de frondosas montañas, la pequeña localidad posee un encanto especial.

Desde esta localidad se puede ascender a lo alto del Causse Mejean, la amplia deforestada y casi llana meseta calcárea que sólo se ve interrumpida por una serie de fenómenos cársticos que modelan su relieve. 

Continuando por los túneles de piedra y atravesando un gran puente medieval de un solo arco, se encuentra la bonita  St-Chely-do-Tarn, situada bajo grandes paredes de rocas y arroyos que desploman en cascadas sobre el río el Tarn. 

Cada vez la carretera adquiere más belleza, tras esta localidad la garganta  empieza a ser más espectacular encajando en el río de manera más abrupta, por lo que se pasa a una zona en la que el paisaje es más cerrado con montañas más altas y  un  cañón más marcado lo que hace que en muchas ocasiones el cruce de dos vehículos se complique. 

Desde esta localidad sale una ascendente y  zigzagueante  carretera la D43, la cual transcurre entre los  desniveles de  Causse de Mejean y desde donde se obtienen unas vistas fabulosas del pequeño pueblo.

Avanzando  por la fantástica carretera y disfrutando de pequeños pueblos a ambos lados de la misma, se llega a Les Vignes, uno de los pocos puntos en donde se puede cruzar el río por un puente.  Merece la pena desviarse por la pequeña y revirada D995 para acceder al mirador Point Sublime pasando por el pequeño pueblo Saint-Rome-de-Dolan. 

Para finalizar la bonita ruta se llega a Le Rozier pasando por el Château de Peyrelade, castillo que se hizo acoplándose a las rocas que existían sobre una montaña en las orillas del Tarn.

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