HACIA EL BALCÓN MÁS AL SUDOESTE DE PORTUGAL 

Recorrer la idílica costa del Algarve, conocida como la Perla de Portugal, es estar en “(…) una especie de limbo de la imaginación, donde todo es bello y primaveraltal y como señala Miguel Torga en su novela Portugal.  Fina arena que no hostiliza los pies, un mar que no fatiga el oido y un frío que no entorpece las extremidades, es lo que nos encontramos a ambos lados del cabo San Vicente, el cual, fue asociado en la antigüedad, al igual que nuestro cabo Finisterre, a un aura de final del mundo, situado entre el límite de lo conocido y lo salvaje a orillas del  inviolado océano Atlántico. 

Pero rodar hoy por las carreteras del Algarve ofrece una visión un poco diferente a M. Torga y más cercana al premio Nobel portugués  J. Saramago, que tal y como señala en su novela Viaje a Portugal,  “(…) el viajero comprueba que, por las carreteras del Algarve, todo el mundo va con prisas. Las distancias entre ciudad y ciudad no se entienden como paisaje, sino como una molestia que desgraciadamente no se puede evitar. La vocación del turista en el Algarve es claramente concentracionaria” por lo que hay que salirse de los itinerarios convencionales y disfrutar de las pequeñas carreteras  comarcales y pistas para llegar a esa fantástica yerma y larga lengua de roca donde se encuentra el gran Faro de San Vicente que desde sus orígenes, ha estado unido a la literatura y a los viajes, al igual que lo ha estado la cartografía.

“(…) Se  hallarán los lugares selectos del paisaje y del arte, la faz natural o transformada de la tierra portuguesa: pero no se impondrá forzadamente un itinerario, ni se orientará hábilmente, sólo porque las conveniencias y los hábitos acabaron por hacerlo obligatorio” 

Asomarse a los acantilados del punto más suroccidental de Europa, produce una mezcla de sensaciones. Por un lado,  infinidad, inmensidad, paz, tranquilidad, sosiego y por otro intriga, curiosidad, respeto y admiración a ese vividor de la noche que se muestra imponente y brillante rompiendo con su luz la oscuridad.

Los faros nacieron siendo hogueras encendidas en puntos estratégicos o suficientemente elevados para más tarde protegerse por estructuras para evitar vientos y lluvias. Los testigos de naufragios y  tormentas también llamados “cuidadores de esperanzas” son estructuras que señalan a los navegantes la situación de la costa y que desde luego no es fácil muchas veces llegar a ellos, aunque en este caso sí lo sea.  El paisaje del cabo de San Vicente es de una belleza sublime acompañado de un viento que tiene una continuidad y una fuerza que parece que nunca va a dejar de soplar.  La majestuosidad del paisaje no deja indiferente. Pese a la altura de sus acantilados se puede admirar la transparencia de sus aguas con unos increíbles fondos marinos  al igual que se pueden contemplar numerosas aves.

Pero si hay algo que nos gusta contemplar a todos los que llegamos hasta allí, son sus puestas de sol junto al faro coronado por una cúpula de intenso color rojo que contrapone el blanco de su cuerpo formando parte de la Fortaleza de San Vicente que data del siglo XVI, pese a que ninguna de las construcciones son originales debido a destrucciones bélicas y desastres de la naturaleza. Dentro de la fortificación se encuentra instalado el Museo de los Descubrimientos Portugueses, un museo interactivo centrado en los descubrimientos de Portugal, que en el año 2018 alcanzó el título de monumento más visitado del país luso. 

Las buenas fotografías están aseguradas casi desde cualquier sitio, pero a mi para realizar capturas de nuestras preciosas compañeras de viaje me gusta mucho las que se obtienen en un pequeño descampado de arena antes de llegar al faro, uno de mis balcones favoritos de la costa portuguesa. El cabo de San Vicente representa, por un lado el comienzo de la costa vicentina, un parque natural  que va hasta Odeceixe con playas de ensueño como la Playa de Tonel donde la belleza , la altura de las olas y la buena gastronomía están aseguradas, tal y como recoge P. Moura en su obra El extremo occidental: Un viaje en moto por la costa portuguesa, de Caminha a Monte Gordo. Moura, junto a  su Triumph Tiger 800, su tienda de campaña y su bloc de notas  empieza a rodar entre sinuosas, desiertas o turísticas carreteras, entre dunas y pinares, subiendo montañas costeras, atravesando estuarios, ríos, rías, lagunas y como no, ciudades de mar. Pero lo hace no sólo como un viajero, sino como un reportero, es decir, buscando la historia, volviendo una y otra vez al sitio, desviándose del itinerario. 

“ Es un viaje prodigioso e inolvidable. Es el gran viaje portugués. Podemos hacerlo una vez en la vida o a lo largo de toda una vida, pero no debemos evitarlo”

Por otro lado, la zona recoge  la historia de la cercana Sagres,  una vasta área del sudoeste algarvío, conocida desde la Antigüedad como Promontorium Sacrum, que desde el siglo VIII a.C atrae a los marineros como último puerto en donde la navegación puede hacer escala antes de aventurarse al nuevo mundo.  Subir al promontorio, consultar a los dioses, cumplir promesas, son los gestos que transforman dicho lugar en referencia fundamental para todo marinero, y así lo describe Monteiro Santos en su obra  Promontorio de Sagres, altar do mundo moderno.  Hoy en día es un tradicional pueblo pesquero que se dibuja sobre magníficos acantilados esculpidos en el tiempo cargados de historia; no hay que olvidar que fue aquí donde el infante Enrique, el Navegante, construyó una ciudad fortificada en la que instaló una escuela de navegación especializada en cartografía, astronomía y diseño de buques que llegó a ser el motor de la era de los descubrimientos portugueses. 

“ Los viajes son como los atardeceres, si esperas mucho te los pierdes”

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