Con un paisaje litoral repleto de cabos rocosos, sinuosas rías que llevan el mar hasta las campiñas profundas, pequeños pueblos pesqueros, estrechas calas con preciosas playas de arena fina y un interior donde poder ascender a montañas, navegar por cañones, visitar ruinas y disfrutar de los mosaicos de prados, la región más noroeste de la península se antoja como insuperable.
Situada en la comarca gallega de Barbanza, entre Noia y la sierra de Outes y a orillas del río Tambre, se sitúa una preciosa y majestuosa casa señorial del siglo XIX rodeada de jardines y estanques repletos de nenúfares que proporcionan un auténtico regalo para los sentidos.
El Pazo de Tambre fue mi casa durante unos fantásticos días y nunca mejor dicho, Vanesa y Nico te hacen sentirte como en casa. De la manos de estos gallegos conocí unos lugares preciosos, maravillosas gentes y una gastronomía de locura. Hicimos varias rutas, pero una de ellas fue la que transitaba por pueblos costeros entre Noia y Finisterre, miradores que se accedían a través de largas y empinadas pistas y sinuosas carreteras situadas entre bosques cuyos árboles te arropaban mientras te devolvían un olor a frescor difícil de olvidar. El pazo, patrimonio monumental gallego, es un conjunto de edificaciones donde destaca la principal, lugar en el que se encuentran el mayor número de habitaciones, la cocina, el salón, la piscina, etc., rodeado por un palomar, cuadras, salones, jardines, estanques, etc. Vanesa y yo paseamos por el Pazo, admiramos lugares tan bonitos como el embarcadero, el estanque o algunos salones en los que me quedaba perpejla; uno en particular simula el clasicismo de Roma y Grecia, y claro en medio de esos arcos unas lámparas más propia de salones que de cualquier otro sitio, y no pude más qué preguntar ¿Y estas lámparas que hacen en plena calle?
Después de un bonito paseo por una mínima parte del pazo, ya que es enorme y necesitaríamos más que una tarde para recorrerlo, nos fuimos a ver atardecer a uno de los miradores de Outes, al cual se accedía a través de una pista sin excesivas complicaciones.
“Los viajes son como los atardeceres, si uno espera demasiado se los pierde”
Tras deleitarnos con la caída del sol en los campos repletos de flores, nos dirigimos hacia la conocida “Catedral hidroeléctrica” el mayor complejo industrial hidroeléctrico español que sorprende por su arquitectura modernista y que recurre a las formas de la naturaleza para sorprender al visitante proporcionando un ambiente de serenidad y calma. Frente al gran edificio encontramos un puente colgante, que me quedé con las ganas de cruzarlo con la moto, si se va con una moto más ligera es un lugar ideal para capturar una de esas imágenes que siempre queremos realizar.
La siguiente mañana amaneció con una luz radiante. Abrí los grandes ventanales y perdí la mirada en esos preciosos jardines. El día nos brindaba horas de sol y calor para realizar nuestra preciosa ruta costera que comenzaría por la pequeña localidad de Noia, conocida en la antigüedad como el puerto de Santiago de Compostela. Continuamos por pequeñas carreteritas comarcales hasta alcanzar la AC-550 y así atravesamos localidades como Freixo, Esteiro, A Ribeira de Malo, A Virxe do Camino, etc., para llegar a la localidad marítima de Muros, declarada Conjunto Histórico-Artístico. Su entramada agrupación de callejuelas empedradas esconde una arquitectura tradicional que se puede observar en el color de la piedra vieja, las decoraciones de redes marineras, de trueiros, etc. El gran número de plazas, fuentes e iglesias y su bonito paseo marítimo que atraviesa el puerto ofrece al visitante un montón de opciones para recorrer y disfrutar de la localidad, ahora eso sí, hay que evitar entrar en la plaza central con las motos en busca de la foto al lado de las curiosas casas o el ayuntamiento o se tendrá que recurrir al poder del convencimiento, no nos habíamos bajado de ellas cuando ya teníamos allí a la policía; afortunadamente les caímos bien y aunque no nos dejaron hacer las fotos, tampoco nos multaron.
Proseguimos por la AC-550 atravesando bonitas playas como por ejemplo la extensa y dunar Ancoradoiro, la pequeña Avouga, la familiar Bornalle o la de Carnota que cuenta con más de siete kilómetros de arena fina. Para poder acceder a ella, desde la propia carretera encontramos un desvío que lleva por un pequeño camino hasta un ensanchamiento donde poder dejar las motos antes de adentrarnos en otro camino donde ya la arena es la gran protagonista.
Sin dejar nuestra ligera y bien asfaltada AC-550 avanzamos hasta la siguiente parada, la localidad de Ézaro, que atravesamos para ascender al mirador que lleva el mismo nombre. La subida es una auténtica preciosidad, nos adentramos por la pequeña localidad y tanto la orientación como el GPS nos jugó una mala pasada llevándonos por unas calles adornadas con pequeños horreos, que menos mal que no llevábamos maletas porque desde luego unos cuantos arañazos se hubieran llevado; ahora eso sí, como digo siempre, es maravilloso perderse y dejarse llevar, lo que encuentras en muchas ocasiones es superior a lo que buscabas. El tramo final del ascenso es un auténtico espectáculo, el mirador descubre unas panorámicas impresionantes, O Pindo, con su sucesión de crestas graníticas, la desembocadura del río Xallas en su última vueltay en la lejanía, cabo Finisterre con la inmensidad del Atlántico.Pero aún así, nos esperaba su gran tesoro, al cual accedimos por una amplia carretera superando varios desniveles. La cascada de Ézaro con una altura aproximada de cien metros, es el único río de Europa que desemboca directamente en el mar en forma de cascada. Era un momento de paz, no había nadie nada más que nosotras bajo unas temperaturas demasiado altas para ser mayo, así que decidimos meternos un poquito en ese agua, que la verdad estaba bastante fría, pero que nos sentó divinamente.
Así llegamos al medio día y fuimos a comer a uno de esos lugares que como no vayas con lugareños, nunca encuentras; una vez más conocer Galicia de la mano de auténticos hosteleros no tenía precio. Nos deleitamos con fantásticos manjares de la zona al compas de las explicaciones de las recetas que muy amablemente la cocinera nos comentaba.
Continuamos por el cabo de Corcubión, atravesando playas volviendo a ver esa costa más abrupta de espacios verdes que te hacen sentir esas ráfagas de viento con olor a hierba mojada, donde descubres que el paisaje es una obra no sólo natural, sino emocional e incluso psicológica.
Finisterre procede del latín «finis terrae» nombre que designaban los romanos al lugar en el que el mundo dejaba de ser conocido. La carretera totalmente asfaltada fue una gozada, ya que al ser un día de diario no tuvimos ningún problema para llegar hasta el mismo faro. Asomarse a los acantilados produce una mezcla de sensaciones, por un lado de infinidad, inmensidad, paz, tranquilidad, sosiego y por otro de intriga, curiosidad, respeto y admiración a ese vividor de la noche que se muestra imponente y brillante rompiendo con su luz la oscuridad.
Tras disfrutar de un espacio único donde sólo coincidimos con tres personas nos dirigimos hacia el Pazo pero ya por la zona del interior, así que ascendimos por una cómoda carretera de curvas abiertas con olor a flores que nos llevó hasta los parques eólicos, visibles desde varias comarcas de alrededor. Recorrimos varios de ellos desviándonos a uno de los miradores que más me gustaron de la ruta situado en la región del municipio de Negreira, el Mirador del Cotro, al cual se asciende por una pista de aproximadamente un kilómetro y medio siendo su tramo final una pronunciada cuesta. Elevado a quinientos nueve metros ofrece unas vistas panorámicas realmente increíbles de varias comarcas como por ejemplo: la de Xallas, Noia, Santiago, Barcala, Muros, etc.
Caía la tarde y el cielo se cubría de nubes, pero no teníamos prisa por volver, queríamos seguir rodando por largas y estrechas carreteras, sinuosas y zigzagueares donde el paisaje te ponía a prueba; unas veces rodabas con una energía como si estuvieras en un concierto de AC/DC y de pronto las curvas se cubrían de techos de verdes árboles convirtiéndose en una sala de baile, donde sólo se escuchaba la melodía de un vals de Strauss.
Volvimos al pazo tras un día repleto de emociones, que finalizaba con una gran cena en la barbacoa a la luz de los focos de la piscina, hablando y hablando de su gran proyecto denominado “ Vive, siente y comparte el Pazo do Tambre en moto”.
“ Vivir no consiste en respirar, sino en disfrutar esos momentos que te dejan sin aliento”
2 Comentarios
Cómo siempre, nos haces estar ahí en el momento que se te Lee 👍
Algunos sitios que pronuncias ya los conozco . Los otros después de leer como
Los disfrutas me tocará ir a conocer .
Muchas gracias por hacernos participar en tus viajes 😘
Mil gracias por tus palabras, me encanta poder trasmitir esa sensación y pensar que lo disfrutáis tanto como lo hago yo. Galicia es una región maravillosa y desde luego que merece unas cuantas rutitas por allí, así que apunta que tenemos que pasearnos. Besos