¿Qué ver en la zona de Languedoc – Rosellón?

La zona del Languedoc-Rosellon, que es junto con la Provenza y la Costa azul, la fachada mediterránea de Francia, es una zona muy visitada por los turistas ya que tiene un poco de todo, playas, ciudades, montañas, buena comida y fantásticos vinos, de hecho está considerada como el centro principal de vinificación francesa. 
Perpiñán, situada a orillas del curso inferior del rio Tet, es una  ciudad que tiene tanto de francesa como de catalana, perteneció a España hasta 1659 cuando las monarquías española y francesa firmaron el Tratado de los Pirineos. 
Se dice que en las calles de la ciudad, rebosantes de color, la vida canta en un paso de sardana, una armonía de jazz, un acorde de rock y en la guitarra hermosa de un gitano. 
La plaza del casco antiguo está repleta de terracitas y multitud de gente paseando por ella. La plaza alberga tres valiosas estructuras de piedra: La Loge de Mer, construida en el siglo XIV y reconstruida durante el Renacimiento, fue la Bolsa de la ciudad, para más tarde convertirse en Tribunal marítimo. Entre esta y el Palacio de la Diputación se halla el Ayuntamiento de fachada de ladrillo rojo.
Dimos un paseo  por sus estrechas calles, a veces diminutas, llenas de bonitas tiendas con escaparates muy cuidados, fachadas con ventanas y contraventanas de colores, pasando por Le Castillet (también conocido como Castillo menor o Castillet) puerta de acceso a la ciudad y que en la antigüedad fue una prisión. Representa un tipo de arquitectura militar único en su género gracias a la decoración de sus  almenas, los canecillos y las «Torratxa» de estilo morisco que lo coronan. Hoy alberga el Museo Catalán de las Artes y Tradiciones Populares. Bajo el arco se puede apreciar una maqueta de la ciudad tal y como era en 1686 y en el muro justo en frente una placa recuerda a los protestantes del Languedoc que fueron deportados a la católica Periñán entre 1703 y 1712 durante la revuelta de los Camisards. 
Nos acercamos a la elegante, sobria y serena Catedral de San Juan Bautista. De estilo gótico, no con tanta decoración como otras catedrales de la época, tiene unas bonitas vidrieras con suelo en damero blanco y negro y  de única nave. Destaca su órgano que data de 1504 y su retablo bastante más novedoso del siglo XIX. Aquí se encuentra la estatua yaciente de Sancho de Mallorca   que fue  gobernante en  Rosellón y fue quien trasladó  la sede del Arzobispado a la ciudad. En el lugar de lo que sería el Claustro, se encuentra el Camposanto, una amplia explanada porticada que es anterior a la construcción de la catedral. Si bien se han encontrado enterramientos, parece ser que su función principal era la de realizar los ritos funerarios de la época. De hecho, en uno de sus vértices hay una pequeña capilla románica,  donde se preparaban los cuerpos para dichos ritos.

Después nos dirigimos hacia el palacio fortaleza de origen medieval llamado  Palacio de los Reyes de Mallorca ubicado en lo alto de una pequeña colina. Como no podía ser de otra manera para una persona como a mi que me encanta Dalí, paramos en el Hotel de France donde tantas veces estuvo él alojado, en la suite 218, para tomar un te y ver todas esas fotografías que tienen de él en el hall.
Para Dalí esta ciudad era el centro del universo. De hecho, realizó un maravilloso cuadro al que llamó «La estación de Perpiñán» del que hablaba así:  “La estación es el lugar de todas mis alucinaciones. Aquí veo todo de nuevo claro y he descubierto el por qué: dentro de la deriva de los continentes la estación es un momento telúrico de permanencia. Para mi es como un exorcismo”.
Pasear por esta ciudad tiene un encanto especial, y más, si piensas lo que representaba la ciudad en tiempos pasados, aquí se podía ver esas películas censuradas en España, comprar productos que no se encontraban allí, como decía Dalí «es el centro del mundo«. Fuimos a cenar al  restaurante Le Divil, que nos habían recomendado en la Librería Bede en Bulles ubicada en el casco antiguo, en la que estuve buscando antiguas ediciones de libros de Lorca donde estuvieran recogidos los decorados que montaba Dalí para sus obras. El restaurante me encantó, tiene un salón con mesas a ambos lados y en un lado de la pared una librería donde puedes coger tu novelita y ponerte a leer, además de un homenaje al propio Dalí, el tatar de buey ¡espectacular!.

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Al día siguiente empezamos la primera etapa de  lo que se conoce como la Ruta de los cátaros, teníamos por delante 205 kilómetros para ver esos cuatro enclaves montañosos que en su momento sirvieron como refugio a los cátaros cuando se vieron obligados a replegarse en las montañas. La presencia de los cátaros en esta zona es muy amplia, así que decidimos recorrer una primera etapa y dejar para un futuro las otras. El catarismo es probablemente una de las disidencias medievales que ha provocado más reacciones y controversias entre los historiadores. En cuanto al nombre se refiere, cátaro, provendría del griego “katharos”, que significa puros o perfectos, que es el estado que los miembros de este movimiento esperaban alcanzar y que es de hecho uno de los grados de la jerarquía cátara. 

Tenían sus raíces religiosas en formas estrictas del gnosticismo y el maniqueísmo. En consecuencia, su teología era dualista radical, basada en la creencia de que el universo estaba compuesto por dos mundos en absoluto conflicto, uno espiritual creado por Dios y otro material forjado por Satán, creyéndose que eran los únicos que conocían el verdadero camino de la salvación.
Pasamos por preciosos parajes donde disfrutamos de unas vistas preciosas.

El primer castillo y el más pequeño de todos es el Chateau DÁguilar, es el de más fácil acceso y se alza sobre los viñedos de Haut-Fitout. La Torre del homenaje, lugar de residencia, situada en el centro del recinto, está rodeada por un recinto enmurallado hexagonal flanqueado por seis torres semicirculares de principios del siglo XIII, en cada ángulo. Dentro de este recinto se encuentra la cisterna, una pequeña iglesia consagrada a Santa Ana. Fue declarado Monumento histórico en Francia en 1953. Este castillo como luego veríamos era el menos espectacular, pero no deja de ser bonito encontrártelo entre viñedos.  Después entre campos de girasoles y más viñedos se accede al Chateau de Queribus, en lo alto de una roca a 728 metros del suelo, parece más una prolongación natural de la masa rocosa de la que emerge que una fortaleza construida sobre la misma. El castillo está constituido por tres recintos superpuestos en la cima del acantilado. Aseguraban la protección  gracias a diversos sistemas de defensa: finas aspilleras que utilizaban los ballesteros, oberturas para los cañones o troneras para las armas de fuego de más recorrido, fosos, murallas y caminos de ronda y casamatas aseguran la vigilancia de los puntos vulnerables. El resto de la fortaleza está constituida por el cuerpo principal, la sala de almacén, las cisternas y por un torreón poligonal situado en el tercer recinto, el más alto del acantilado. En el interior, la sala gótica contiene dos habitaciones (la bodega y la sala principal) y está iluminada por una imponente ventana. Las vistas me encantaron, subí lo más alto que pude para admirar por un lado esas verdes llanuras del Rosellón y por otro, las cumbres nevadas de Pirineos.


 A continuación está el más grande e impresionante, el Chateau de Peyrepertuse, a 800 metros por encima del pueblo Duilhac. La amplitud de sus muros y la calidad de sus construcciones hacen del castillo el más importante conjunto y el más remarcable ejemplo de arquitectura militar en la Edad Media. Tiene una longitud de 300 m por 50 m de ancho, conservando actualmente 2,5 km de murallas con su camino de ronda. Una vez dentro del recinto se observa que más que una fortaleza es una villa medieval. El primer recinto, en la parte oriental y más baja de la cresta, es donde encontramos las construcciones más antiguas. Sólo es accesible a través de una pequeña puerta de entrada defendida por una barbacana. De planta triangular y rodeado por una muralla de 102 m de longitud flanqueada por torres semicirculares, está constituido por un patio central alrededor del cual se apoyan las diversas construcciones. A la izquierda, la Torre del homenaje, a la derecha la capilla de Santa María Bastida con una pequeña habitación adosada, era a la vez lugar de culto y refugio.  Encima de un estrecho promontorio de la cresta montañosa, en la zona norte, encontramos edificado el castillo de San Jorge, es una fortaleza dentro de la fortaleza que se accede a través de la famosa «Escalera de San Luis«,  construida al borde de un impresionante precipicio que cuando vas subiendo sus  sesenta escalones tallados en la roca piensas ¡cómo resbale, la torta es tremenda! menos mal que como no había apenas gente el acceso fue  fácil. Las vistas desde el castillo son impresionantes, te acompaña un brisa fresca pero no fría, con una cadencia suave de silbidos que al mover las hojas de los árboles le da un aspecto tan bucólico que te quedarías ahí durante horas; de hecho eso hice, saqué mi cuaderno, mis plumas y a dibujar todo lo que veía a mi alrededor, dese luego fue un momento mágico.

Y por último encontramos el Chateau de Puilaurens a 697 metros, construido sobre la cresta de la montaña, alrededor de un primitivo torreón de origen romano, construyéndose dos murallas gemelas, que fueron ampliándose a lo largo de los siglos llegándose a utilizar el castillo como prisión. Contiene cuatro torres redondas, con un característico dentado de sus almenas, en su lado norte se sitúan varias poternas, su torreón mas saliente de la segunda muralla es llamado de la Dama Blanca, puesto que existe una leyenda de este personaje sobrina de Philippe de Bel, la cual Dama Blanca, se pasea en las noches de luna por todo el camino de ronda de las murallas, ondeando sus vaporosos velos al viento, por si algún visitante quisiera presenciar las escapadas de esta señora.


De ahí proseguimos a la preciosa Carcasona, había leído que las vistas de las torres te dejan con la boca abierta  pero yo diría más, es una auténtica preciosidad cuando vas llegando a la ciudad y ves esas torres de la Cité, parece un auténtico cuento de hadas. Al ser el mes de mayo, la ausencia de turistas era lo más notable, había calles donde no nos cruzamos con una sola persona, si a eso le acompañaba que ya era tarde y que la ciudad estaba iluminada con pequeños faroles de luces amarillas, parecía que realmente estábamos en la Edad Media.

       «La ciudad es un libro de piedra en el que se puede leer la historia de cualquier época» 

Está emplazada sobre una loma a orillas del río Aude, es el conjunto medieval mejor conservado de Francia y uno de los más completos de Europa. Está dividida en dos partes, la Cité que no es una fortaleza aislada sino una ciudad fortificada cuya puerta principal es la  puerta Narbonesa y la zona de la Ville Basse o Bastide que es la zona de abajo que para mi no tiene mayor interés. 
La preciosa ciudad esta documentada en todos los sistemas de arquitectura militar desde los romanos hasta la Edad Media; a día de hoy se le considera una de las ciudades mejor conservadas en el mundo.
Comenzar por el Castillo Condal donde se tiene la opción de coger una audioguía, un guía o simplemente ir leyendo los carteles que están en inglés y en español, que eso es lo que yo hice. Data aproximadamente del 1130 y ha servido desde Cuartel General hasta Correccional. Realmente es una fortaleza en la fortaleza. Sus tres fachadas este, norte y sur están repletas de torres cilíndricas, puertas de barbacanas, etc. En el centro está la Plaza de Honor. En las salas del Castillo encontramos el Museo de las Lápidas donde encontramos gran cantidad de origen local, escritos originales de los siglos XII y XIV, etc. En la Sala denominada Románica, se puede ver una fuente para abluciones del siglo XII de mármol, un sarcofago paleo-critiano, símbolos del cristianismo, etc. También se pueden visitar otras Salas como la del Caballero, la Arquería o la del Torreón. 

Después fuimos a la Basílica de Saint-Nazaire, fue catedral hasta 1801, surgió en el lugar de una catedral carolingia. La gran obra arqutitectónica alterna rasgos románicos como la alternancia de pilares circulares y cuadrados en su nave, con el precioso coro gótica. Al acceder a la iglesia se observa gran austeridad en cuanto a la arquitectura se refiere, ya que es la parte románica que fue comenzada a finales del siglo XI y terminada en el siglo XII. Consta de tres naves teniendo bóveda de cañón la principal y bóvedas de medio punto las laterales. El crucero y el coro son de forma ojivas y la bóveda del sagrario da la impresión de ser sostenida por las vidrieras. En las columnas se pueden ver veintidós personajes de las escenas bíblicas. Me gustaron  bastante las vidrieras y rosetones, destacan las representaciones del Árbol de la vida y el Arbol de Jesse
También visitamos el pequeñísimo Museo de la Inquisición. Para comer nos habían recomendado el restaurante Lécu dÓr para tomar una de las cinco variedades de Cassoulet (guiso hecho con alubias blancas o frijoles, y distintas partes de carne animal, vamos una bomba para el estómago, pero lo cierto es que está muy bueno) .
A continuación dimos un bonito paseo por el denominado Paseo de las Lizas,  el perímetro de murallas y barbacanas que lleva hasta la Puerta del Aude, el otro acceso a la Cité, y accedimos a la zona nueva la cual no me gustó nada, salvo el puente por donde se accede que tiene unas preciosas vistas de la ciudad.
Para recorrer las Lizas , salimos de la Puerta Narbonesa y nos dirigimos hacia la derecha. La primera torre es la Torre del Sagrario de Saint-Sernin donde se puede apreciar una ventada de la desaparecida iglesia gótica. Después proseguir hacia la Torre de Taruquet que tras ella se observa un gran espacio cuadrado donde servía de lugar de reunión  a los solados. Observar también la Torre de Saint-Laurent, Torre Davejean o la de Balthazar caracterizada por piedras almohadilladas.
La vertiente oeste de la ciudad es la única parte protegida naturalmente, tanto por la profunda pendiente como por el río Aude, aún así también encontramos diversos niveles de camino comunicados por escaleras que acceden a las diferentes torres defensivas. 

Al día siguiente visitamos Limoux, famoso por su carnaval que es el más antiguo del país y por su Blanquette de Limoux, maravilloso espumoso,  que era por lo que yo realmente iba.  Paramos en la Abadía de St. Hilaire a 13 km al norte del pueblo en el pintoresco valle del Lauquet , que se dice que es la cuna del primer burbujeo del Blanquette de Limoux, cuando en 1531 los monjes de la abadía, deliberadamente o por casualidad, hicieron brotar burbujas en el vino local, destilado a partir de las uvas mauzac. La abadía benedictina es del s.XIV, cuenta con unas preciosas pinturas en la casa colindante del abad, una silla de lectura de piedra en el refectorio, el sarcófago de St. Sernin, y de ahí se sale por el claustro gótico a las cuevas donde se hizo la primera vez el Blanquette y donde hice la entrada triunfal, ya que como el suelo estaba húmedo, resbalé y al suelo, menos mal que no había nadie porque desde luego el tortazo fue monumental.
A la salida de la abadía, paramos en varias tiendas que nos habían recomendado los camareros del restaurante de Carcasona y cargamos el coche de botellas de vino de dos tipos: «Blanquette de Limoux método ancestral» para el que se utiliza óleo la uva mauzac y el «Blanquette de Limoux brute» para el que se utilizan también la chardonnay. 
Del pueblo lo único que destaca para mi gusto es la Plaza de la República de grandes arcadas rodeadas de casas de madera y el Museo del piano situado en la Iglesia de St. Jacques, aunque tienen buena fama sus dos museos (Musee des Automates y Musee Petiet).

Más tarde,  volvimos hacia la carretera de Carcasona y en dirección a Quiñán, paramos en las conocidas Caves du Sieur d’Arques para hacer una cata de vinos. Como el día anterior nos había gustado tanto el sitio donde cenamos volvimos allí, y al final nos dieron las tantas con los camareros que muy amablemente nos invitaron a que nos fuéramos con ellos a tomar algo a un pub que había en la zona nueva, realmente fueron encantadores.
Al día siguiente fuimos hacia Narbona donde hicimos una breve parada y nos acercamos a ver la Via Domitia construida en el año 118 a.C, la cual, aunque fue construida por fines militares se convirtió rápidamente en vía comercial ya que llegaba a ciudades como Nimes, Montpellier y Buziers. En cuanto a esta vía se refiere, hay muchos itinerarios conocidos desde principios del siglo XI, los caminos de Santiago de Compostela en Francia han sido recorrido por millones de peregrinos procedentes de toda Europa. Tanto el camino de Puy-en-Velay como el de Arles atraviesan la zona. 

                         «Conocer la Via Domitia es revivir más de veinte siglos de historia» 

Hoy se conservan vestigios de aquel esplendor en lugares como la Plaza del Forum o las estancias del Horreum, transformado en un museo subterráneo, donde se contemplan las galerías erigidas en el siglo I a C cuya finalidad era albergar un mercado galorromano o almacén público. 
Entramos a la Catedral de los Santos Justo y Pastor, enorme templo gótico inacabado con grandes tesoros como la capilla axial de Notre Dame de Bethléem y su figura de alabastro de la Virgen María y el Niño. Si se observa el lado oeste se puede contemplar la continuación de la nave central y el crucero a medio edificar. No olvidar su maravilloso órgano construido en 1741 y las grandes vidrieras que iluminan el interior del edificio. 
Junto a la catedral está el Palacio arzobispal con el Museo arqueológico y el Museo de arte. Aquí se pueden descubrir los frescos romanos recuperados de excavaciones cercanas conservados maravillosamente bien. Si se quieren unas bonitas vistas de la ciudad, ascender los cuarenta y un metro para  descubrir la ciudad desde las alturas, en  la torre Gilles Aycelin que data del siglo XIII.
Paseamos por el canal de la Robine y nos acercamos al mercado de Les Halles  a comprar más vino y unos quesos a un famoso puesto que me había recomendado una persona que había vivido allí. Me encantó el puente de los Comerciantes de origen romano ya que era el acceso a la ciudad antigua desde el sur a través de Vía Domitia. Actualmente sólo es posible ver uno de sus seis arcos que tenía, y es junto al puente de Rohan en Landerneau, los dos únicos puentes habitados de Francia. 

Continuamos hacia Montpellier que está a unos cien km de Narbona, , es la octava ciudad más grande de Francia y sede del gobierno regional. La ciudad está conectada por la Via Domitia a Nimes, Beziers y Narbona y es atravesada por uno de los Caminos de Santiago.  Pasear por su peatonal centro histórico es muy agradable, había estado hacía veinte años y desde luego recordaba ese ambiente juvenil, estudiantil, que se desarrolla en torno al Palacio de la Comedia  apodada «el huevo» por su forma ovoide,  bordeada de preciosas mansiones, quioscos de flores, paradas de tranvías, etc. Sin duda las calles de Montpellier son un museo al aire libre y un laboratorio de experimentos artísticos. Los primeros artistas locales en decorar la ciudad fueron Invaders y Zeus en 1999 con su ya conocido mosaico de personajes de videojuegos. El arte urbano está repleto de «trampantojos» que se confunden con las ventanas de las fachadas de los edificios, grafitos, etc.
Lo que más me gusta de esta ciudad además de su fantástico Museo Fabre que recoge colecciones de pintores francés, italianos, flamencos y holandeses a partir del siglo XVI, son las numerosas plazas, pequeños rincones que te encuentras de repente,  decorados con árboles, estatuas, etc. como por ejemplo La Plaza de la Tour des Pins, Place St. Ravy, etc.
La misma persona que me recomendó el mercado de Narbona, me recomendó que cuando volviera a Montpellier no dejara de alojarme en un precioso hotel llamado Baudon de Mauny, que aunque era un poco caro merecía la pena, y así lo hice, desde luego mereció la pena darse el homenaje, es un hotel boutique de cinco habitaciones en el número 1 de la calle Carbonnerie,  con un encanto y una decoración como pocas veces he visto.

Al día siguiente tras tomar un fantástico y elaborado desayuno,  continuamos el camino hacia Nimes, rodeada de viñedos y con gran presencia de su época romana. La ciudad gira en torno a la Arena, que es el anfiteatro romano capaz de albergar a unos 25.000 espectadores con sus sesenta tramos de fachada y sus correspondientes arcos. Al norte está el casco antiguo, peatonal en su mayor medida, delimitado por los bulevares y sus principales plazas que son la de la Maison Carree, la de du Marché y la de Aux Herbes.

Comenzamos visitando el maravilloso anfiteatro,  fantásticamente bien conservado, cogimos la audioguía y vimos una reconstrucción de las dependencias de los gladiadores. Construido en el siglo I de nuestra era, es el mejor conservado del mundo, atestigua el talento de los ingenieros de la época. Además del anfiteatro merece la pena ver La Maison Carré, uno de los templos romanos mejor conservados ya que ha tenido varias funciones a lo largo de los siglos.  Se muestra tan entero y bien conservado que parece irreal. Hoy alberga exposiciones temporales y una proyección en pantalla gigante de la película en 3D “Héroes de Nimes” 

También encontramos el Museo Arqueológico, que desde luego se ha parado el tiempo para mostrar una extraordinaria colección de objetos antiguos y la colección más importante de inscripciones latinas del país; los Jardines de la fuente  y la preciosa Torre Magna situada al lado de ellos. Esta torre es un elemento de la muralla gala que fue levantada por el emperador Augusto para que sirviera de puesto de vigía y para indicar el santuario vecino del culto imperial y por su puesto su famoso cocodrilo, escudo de la ciudad, que está presente por toda la ciudad. Como siempre la gastronomía forma parte del viaje, así que acudimos al mercado a comprar Brandada de bacalao, famosa la de la marca Raymond. Para comer nos recomendaron el restaurante Les Olivades donde ponían un menú estupendo, y lo mejor los consejos de los camareros para la elección del vino, así que aunque el menú tiene un precio asequible, se te dispara la cuenta cuando no te puedes resistir a sus preciados vinos.

Al caer la tarde nos acercamos a Pont du Gard,  a media hora en coche de Nimes, empezó a llover, al principio parecía que sería una lluvia suave, pero no fue así, empezó a caer una cantidad de agua que prácticamente no se veía, así que tres fotos rápidas de ese precioso acueducto Patrimonio de la Humanidad  y de vuelta a la ciudad, tocaba recoger todo ya que al día siguiente había que volver a Madrid.

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