Con un tiempo totalmente primaveral comenzaba en el Parque de la Runa el pasado viernes la entrega del kit Navarider, tras realizar las acreditaciones pertinentes. El escenario era inmejorable, un lugar de fácil localización y visualización, bien señalizado, a los pies de las murallas de la animada Pamplona, las cuales, fueron declaradas Monumento nacional y reconocidas como uno de de los complejos bélicos más interesantes y mejor conservados del país.
“A cada paso íbamos a un baluarte de la muralla, que se llamaba el Redín, y nos sentábamos sobre los grandes cañones de cobre, y mirábamos los viejos morteros de la plaza, con asas (…)” P.Baroja
La tarde transcurrió entre cervezas y buenas conversaciones, ya que el ambiente era inmejorable; un montón de personas con un mismo objetivo: disfrutar de una buena ruta por esas tierras donde los colores del otoño adornan y enaltecen cada rincón.
Cuando todavía la luz no estaba presente en las calles, la ciudad se vestía de trajes de cordura, cuero, cascos, etc., que se dirigían hacia el Parque para coger las motos y comenzar la ruta. Una vez más se podía intuir la gran organización del evento, las motos se podían quedar aparcadas en el punto de salida, lugar que estaba vallado y con vigilancia y ésta se mantenía hasta las 12:00 horas del domingo.
Días antes al comienzo, fue enviado el recorrido de la prueba con sus diferentes puntos de control, junto a una ruta propuesta que constaba de 474 kilómetros. Además de proporcionadla en formato electrónico, también se entregaba en papel como uno de los elementos del kit; cosa que yo agradecí mucho ya que sigo siendo una apasionada de los mapas en papel.
Con un riguroso orden y puntualidad suiza, los grupos fueron saliendo en intervalos de pocos minutos.
¡La buena organización ya no era una intuición, era un hecho!
Las carreteras se decoraban con el color y el ruido de las casi setecientas motos y las sonrisas de pilotos y acompañantes, que habían decidido rodar por unas carreteras “ (…) hechas para el disfrute de la conducción a través de parajes diversos y de extraordinaria belleza”.
El primer tramo hasta el segundo punto de control (primero y sexto coincidían con salida y llegada al Parque de la Runa) ubicado en el Hotel Villa de los Arcos transcurrió rápido. No pudimos evitar detenernos en los restos situados a pie de carretera, de la antigua calzada romana de Guirguillano.
Desde los primeros momentos ya se veía que a cada paso se podía realizar una bonita captura del entorno, pero claro, no se podía estar parando continuamente, si me hubiera detenido en todos los sitios que me gustaban para fotografiar, probablemente no hubiera llegado al segundo punto de control antes de medio día.
En el Hotel Villa de los Arcos además de sellar te daban un zumo y un pincho. Este hecho sería repetido en todos y cada uno de los puntos de control, además del sellado siempre había pinchos, refrescos, cervezas sin alcohol, etc., y lo curioso era que con la gran cantidad de participantes que había, el sello y la entrega de los refrigerios siempre fueron muy rápidos.
Con dirección hacia Viana, donde a su casco antiguo se llega mirando a lo alto y en el que vio la muerte César Borgia, nos dirigimos hacia el tercer punto de control ubicado en el Eco camping Arbizu. Este tramo por el occidente de Navarra fue más lento, estrechas carreteras, firme no siempre regular, paisajes agrícolas, caseríos, etc., nos acompañaban saliendo a tierras alavesas para volver a entrar por Larraona, Aranarche y llegar a través de unos bosques donde los colores del otoño nos regalaban grandes sonrisas, al bonito camping, donde el sol resplandecía y donde las palabras más escuchadas eran, “impresionante ruta, impresionantes colores”.
Si un tramo era bonito, el siguiente lo era más; un paisaje bucólico que hasta la suave lluvia que nos acompañó durante un corto espacio de tiempo, parecía mecerse al compás del violín de Pablo de Sarasate.
¡Todo era mágico! con la ilusión y la emoción de seguir disfrutando de esos panoramas, trazábamos curva a curva sin descanso ante la ausencia de las líneas rectas.
Rodábamos por tierras guipuzcoanas cuando el estómago recordaba que era la hora de comer; pero todavía quedaba un ratito, que luego llegó a ser un rato largo, ya que era imposible no detenerse y admirar la belleza del camino y el olor fresco del musgo al atravesar un tramo de aproximadamente un kilómetro de camino asfaltado.
La comida se realizó en cinco restaurantes de la zona norte (Rte. Mirentxu, Irrisarri Land, Benta Etxalar, Rte. Ordoki Arizkun y Rte. Olari Irurita). Una vez más se pudo comprobar la excelente organización; como siempre amplitud en los aparcamientos y un servicio rápido. A la buena comida, se le sumaron risas, anécdotas y un montón de historias viajeras que hicieron que el momento fuera muy agradable. Pero el tiempo marcaba la charla, había que proseguir hacia el siguiente punto de control que era el Camping Urrobi y para llegar allí, había que pasar lugares tan maravillosos como Roncesvalles.
Introducirse por los valles del Pirineo occidental es adentrarse en un entorno natural de especial belleza, donde montañas , pueblos y valles quedan unidos por magnificas carreteras.
Con unos pueblos de cuento llenos de leyendas, hicimos una parada en la pequeña pero deliciosa chocolatería Laia en Saint-Etienne-de Baigorry para endulzarnos un poquito el camino y así pasar algo más contentos la densa niebla del puerto de Ibañeta.
El “algodón blanco” desapareció de repente y en la llegada a Roncesvalles al mirar las praderas verdes llenas de caballos, me fue imposible no recordar aquel famoso Cantar de Roncesvalles conocido también como Roncesvalles navarro, fragmento de un cantar de gesta de cien versos donde Carlomagno lamenta los desastres de la batalla conversando con los restos de ella.
Proseguimos hasta el Camping Urrobi, quinto punto de control. Aquí el cansancio ya se plasmaba en las caras de los participantes, había sido una ruta exigente y no se quería retrasar la llegada para que no cayera la noche; así que volvimos sobre nuestras preciosas compañeras de viaje y comenzamos el regreso con ese aire fresco de las tardes otoñales.
Volvíamos hacia la ciudad que un día enomoró a E. Hemingway, y que dijo de ella:
“Pamplona es una elegante ciudad situada en una meseta entre las montañas de Navarra. La mejor tierra que jamás haya visto”.
Y así con cansancio pero con satisfacción de haber realizado un fantástico recorrido por tierras norteñas, llegábamos al Parque de la Runa y tras pasar por el photocall, sellamos nuestro último punto.
Parecía que todo había acabado, pero ni siquiera el madrugón frenó el ir al casco viejo a probar esos pinchos acompañados de unos vinos. Los establecimientos elegidos por los organizadores fueron tres de los participantes en la XXI Semana de la Cazuelica y el vino . Hablar de los pinchos de Pamplona es hablar de auténticas delicias, así que además de las cazuelas, nos animamos a probar algunos de los pinchos premiados, y desde luego además de ser bonitos estaban buenísimos.
Y así vaciándose las carreteras de motoristas y llenándose la ajetreada y divertida Pamplona se concluía Navarider Day.
“Un evento que da mucho más de lo que promete”