Egipto – Cairo

Llegada a Cairo por la noche, nos alojamos en el Hotel Intercontinental Cairo Simiramis, lujazo total, los hoteles en Cairo estaban muy baratos, así que había que darse un homenaje. Estaba situado en la rivera del Nilo y muy cerca del museo egipcio con lo cual las vistas y la ubicación fueron perfectas. Cairo cuenta con más de 20 millones de habitantes en toda su área metropolitana, está dividida en barrios entre los que destacan los barrios del centro histórico convertidos en Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1979. El primer sitio al que fuímos como no podía ser de otra manera fueron a las pirámides de Giza entrando en la de Kefrén ya que era la única que en ese momento estaba abierta, me quedé con las ganas de ver la de Keops ya que se comenta que es la mejor, diariamente hay un pequeño número de entradas y pese al madrugón, ese día estaba cerrada por mantenimiento y en ningún sitio lo habían anunciado. La visita no fue de gran valor, accedes por largos y estrechos pasillos, donde la gente se amontona, la verdad es más el sentimiento de estar dentro de una pirámide que lo que realmente puedes ver en ella. Paseamos alrededor de las pirámides, la esfinge y fuimos a hacer las fotitos al bar donde hay una panorámica estupenda, además de unos fantásticos batidos de mango.

De ahí fuimos al Museo egipcio, una absoluta maravilla, edificio neoclásico de dos plantas que cuenta con más de 120.000 piezas arqueológicas. Comenzamos el recorrido al contrario de lo que hace la gente para intentar conseguir ver las mejores piezas con el menor número de personas posibles. Por la tarde y tras comer el famoso koshari (lentejas, garbanzos, salsa picante, etc., bueno no está mal pero no me apasionó) nos dimos un paseo por el barrio antiguo, accediendo a las mezquitas que nos dejaban entrar que no fueron muchas, observando la gran suciedad que existe en la ciudad y con mil ojos para cruzar, porque pese a que no es de los peores países, el tráfico aquí es un verdadero infierno. Pero lo más sorprendente fue cuando nos acercamos a la conocida Ciudad de los muertos o Necrópolis de Cairo. Es una red de tumbas y estructuras como mausoleos donde algunas personas viven cerca de sus antepasados y otros porque no tienen otro lugar donde habitar. Está situada junto a la Ciudadela y es un lugar muy visitado aunque todo el mundo te dice que no vayas por la noche. Fuimos a la caída del sol, y claro se nos echó la noche encima; es un lugar desconcertante por llamarlo de alguna manera, pero desde luego un lugar que a mi me pareció interesante aunque da bastante pena en qué condiciones viven esas personas. Cuando íbamos entre las casas, no paré de ver tumbas por todas partes y algunas personas muy amablemente nos invitaban a pasar a sus casas con el fin de que luego les dieras algo de dinero. Viven sin electricidad, sin agua, y en la mayoría de los casos sin una cama donde poder dormir. Al principio no quise entrar en ninguna casa, ya que me parecía que les invadía su intimidad; una mujer con un niño pequeño se acercó a nosotros y nos empezó a contar el por qué de ese lugar y nos señaló el camino para visitar los mausoleos de los sultanes. Ella no insistió en que fuéramos a su casa y además nos dijo calles por donde no deberíamos pasar. A la vuelta y ya entrada la noche, pasamos por una pequeña puerta de madera que daba a un gran patio y ahí estaba ella, sentada, mirando como dormía su hijo sobre un trozo de tela, al vernos nos sonrió, y ahí decidí entrar, me sumergí en un mundo donde la vida y la muerte estaban unidas, donde los que están y los que se han ido conviven con normalidad, no se, para mí no fue fácil asimilar aquello.
Cenamos molokheya que es un arroz con canela, pasas y puedes elegir entre carne y pollo, lo tomé de pollo y estaba espectacular en un lugar llamado Sukny, cerca de la Ciudadela que lo había visto recomendado en varios blogs y guías de la ciudad.
Al día siguiente recorrimos el Cairo islámico o histórico, situado en el antiguo barrio medieval; preciosa la puerta de Al-Futuh y me encanta la calle Al-Moez, escaparate de joyas arquitectónicas, donde perdura la esencia pese a que es una zona de caos absoluto, da lo mismo que pasen coches, motos, carros de mulas, bicis, etc., mucha gente en las calles y sentadas en las puertas de sus casas. Además de las mezquitas de Al Hakim, la de Al-Azhar ( es una de las más importantes porque cuenta con la universidad dedicada a la enseñanza de la religión más grande del mundo, destacando sus cinco minaretes y el mirhab) la de Ibn Tulun (la más antigua y grande de la ciudad) o la mezquita madraza del Sultán Hasán, también encontramos la Casa Al Suheimi o los llamados complejos “sabil-kuttab” singulares sitios para dar de comer y educar religiosamente a los necesitados. Tiendas donde todavía se trabajan los metales antiguos especialmente el cobre, esta zona es un verdadero espectáculo para los sentidos, ese sonido horroroso de claxon, unidos a los olores de comida de los puestos callejeros, esas miradas de los comerciantes donde se mezclan las ganas de venderte cosas a un precio muy superior a lo que podría corresponder, con esas ganas de que les cuentes cómo es tu vida y cómo se vive en el mundo exterior, tan desconocido para ellos. Accedimos a la Ciudadela de Saladino, situada sobre una colina construida en el siglo XII, fortaleza defensiva que servía como refugio para la familia real. En esta zona se encuentra la famosa Mezquita de Muhammad Alí o de Alabastro, inspirada en el Templo de Santa Sofía de Estambul, el Palacio Gawhara, decorado al estilo europeo del siglo XIX o la Mezquita Al-Nasir Muhammad Qalaun de estilo oriental donde destacan sus minaretes decorados con azulejos. Sin duda lo que más me gustó es tener Cairo a mis pies desde el mirador donde las vistas son realmente espectaculares. Estando allí se empezó a oír la llamada a la oración, increíble ese sonido desde esa altura, momento mágico donde lo haya.

 

Por la tarde, recorrimos el conocido bazar Khan- El Jalili, que comenzó su actividad hace más de seiscientos años cuando era una ruta de paso para comerciantes; está lleno de callejuelas, tiendas y puestecillos donde se puede encontrar de todo, desde souvenirs hasta maravillosas sábanas de algodón, perfumes etc., me gustó más cruzar por su su paso subterráneo al otro lado del bazar, ese al que el turista no quiere llegar porque desde luego es más feo pero también más auténtico y por supuesto más triste. Aquí se puede comprar fruta, verduras, gallinas vivas o muertas si les pides que te lo hagan en ese momento; nos encontramos un bazar muy diferente, alejado de bonitas tiendecitas, encontramos puestos de fruta donde se vende incluso la que está podrida, harinas, cereales con pequeños bichos, etc., me sorprendió ver a la gente como caminaba sin rumbo fijo, parecían más que deambulaban. A ellos no les gustaba que estuviéramos por allí, por un lado quieren que se muestre al mundo la otra cara del bazar, pero por otro, nos decían que les daba vergüenza, fue un momento duro, pero esa era la realidad de la ciudad. Al final de la tarde y con el corazón todavía encogido, no me pude resistir a entrar al famoso Café Fishawai o Café de los espejos, muy visitado durante todo el día por los turistas pero poco frecuentado por la noche, pese a que está abierto todo el día. A la salida del café y tener varias bolsas de compritas del bazar, cogimos un taxi para llegar al hotel y ahí comenzó toda una aventura, ¿cómo es posible que en tan poco tiempo puedan pasar tantas cosas? Al principio el taxista, Ali se llamaba, iba más o menos tranquilo, hasta que de repente no le pareció bien esperar en un semáforo y decidió adelantarles por la acerca con sus consiguientes gritos, pitadas, etc., en un momento una chica vestida de negro se cruzó delante de él y claro tuvo que esquivarla, lo más sorprendente es que ella no se alteró nada. Volvimos a la carretera y nos dijo que en Cairo eso era normal y que no nos preocupáramos que nunca pasaba nada, pero eso no fue cierto, de repente parados en otro semáforo, otro taxista nos dio un pequeño golpe en un lateral, empezaron a discutir y aquello fue increíble, el taxista se fue, y entonces Alí le empezó a perseguir, éste no entraba en razón, por mucho que le dijimos ni paraba ni nos escuchaba, parecía una peli americana, no se respetaba nada, semáforos, cedas, stop, en ese momento sí que me pareció que era el peor sitio del mundo para conducir. Conseguimos alcanzar al taxista, se bajaron y se pusieron a discutir fuertemente, y por supuesto la que se bajó fui yo dejándole el dinero en el asiento. Cuando vio que nos íbamos se sintió fatal y tras pedirnos muchas veces perdón, nos pidió por favor llevarnos al hotel y nosotros locos de atar, allá que montamos otra vez, pero ahora sí, respetamos cedas, stop, semáforos, etc. De camino al hotel nos dijo que nos iba a llevar a un café que nos pillaba de camino para invitarnos a un batido de fresas que a él le encantaba, para disculparse y ver si conseguía volverme a poner el color en mi piel, ya que estaba pálida. Pese a que le dijimos que no hacia falta, no nos hizo caso y paró, y lo peor fue que tras tomarnos el batido nos fuimos a cenar con él a un restaurante muy chulo que estaba cerca del museo egipcio, ¡cómo me gusta mezclarme con la gente del lugar! nos encontramos con unos amigos suyos y les contaba la aventura como si nada, todo el mundo se reía pero yo desde luego seguía estando pálida. Quisieron que nos fuerámos con ellos a tomar una copa pero la verdad yo ya estaba cubierta de emociones, así que nos dejaron en el hotel y a preparar la ruta para el día siguiente.
Hoy tocaba acercarnos al Barrio Copto (Qasr al-Sham) , con la llegada de los cristianos, muchos egipcios se convirtieron y se establecieron en este barrio, creando su propia iglesia ortodoxa con su propio Papa. Según el Evangelio en esta zona fue donde vivió la Sagrada Familia en su exilio, por lo que este barrio está lleno de historia cristiana y judia. Es una pequeña zona rodeada de altos muros donde llegó haber hasta más de veinte iglesias entre sus callejuelas. El Museo de Arte Copto está ubicado en el centro, destacan los Manuscritos de Nag Hammadi de los siglos III y IV junto a los que se exponen otros objetos de marfil, papiros o piezas de arquitectura. Encontramos la Iglesia y el convento de San Jorge, lugar de peregrinaje; la Iglesia de Santa María conocida como la “iglesia colgante» o “iglesia de la escalinata”, porque para acceder a ella hay que subir unas empinadas escaleras. Me encantó la Sinagoga Ben Ezra del siglo XIX, edificada sobre una anterior sinagoga romana, lugar donde se cree que fue encontrado Moisés de bebé. Existen otras iglesias como la de Santa Barbara, San Sergio, El-Moallagah, etc. Esta fue la zona que más me sorprendió en cuanto a seguridad se refiere, estaba llena de militares por la cantidad de altercados que se producen en la misma.

Por la tarde, nos acercamos a ver la necrópoli de Saqqara y Dashur. Es allí donde se encuentran las primeras pirámides construidas por los antiguos egipcios, así que cogimos un taxi y fuimos primeramente a ver la pirámide de Saqqara para ver esas preciosas escaleras que la destacan y las mastabas de Mereruka y Kagemi, y desde ahí nos dirigimos a la Pirámide roja de Dashur a la cual tras mucho suplicar y nunca mejor dicho conseguimos que nos dejaran entrar (habitualmente está abierta al público) y desde luego me gustó más que la de Guiza aunque su entrada es claustrofóbica ya que no se puede entrar de pie y el suelo tiene bastante desnivel.
Como se hacia tarde volvimos a Cairo ya que habíamos reservado para cenar en el conocido restaurante Sabaya que está ubicado en el hotel donde nos alojábamos. La noche anterior Ali nos dijo que no nos fuéramos de Cairo sin comer las berenjenas en este lugar, que eran una auténtica delicia y como ya era la última noche en Cairo decidimos darnos el homenaje, y desde luego la elección fue fantástica, maravilloso restaurante, fantástico servicio y comida realmente buena.

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