Desde que empecé a realizar meditaciones en las clases de yoga me he interesado por esa parte de filosofía de vida que tiene el budismo o el hinduismo, de tal manera que cuando estuve en Indonesia y en India tomé clases e hice sesiones de meditación, con el fin de encontrar esa paz y quietud interior que te dan estas prácticas y así obtener bienestar y sosiego desde el control de tus emociones.
Tengo que reconocer que las primeras sesiones de yoga y meditación no me fueron fáciles , al principio me parecía aburrido y luego no podía controlar la risa cuando se llegaba a la parte de la meditación y se cantaban los mantras; mis primeras sesiones fueron un desastre, le comentaba al maestro que no podía asistir porque me daba vergüenza no centrarme y no controlar mis sonrisas, pero él me insistió para que no lo dejara (cosa que ahora agradezco) me decía que lo intentara y que si en varias clases no conseguía centrarme que siempre me podría ir. En el momento que conseguí seguir las sesiones de meditación, pensé ¡por qué no lo habría hecho antes!.
Cuando decidí ir a Sri Lanka intenté realizar algunas sesiones pero no conseguí cuadrar ninguna escuela con el itinerario que más o menos llevaba preparado, así que desistí quedándome con las ganas ya que había leído que allí debido a sus creencias las sesiones eran un poco diferentes, luego descubriría que no lo eran tanto. El último día paseando por la playa al atardecer me encontré con un hombre de unos cuarenta y cinco años preparando en la playa lo que en otro momento yo hubiera llamado “chiringuito”. Llevaba la típica ropa blanca que se utiliza en las clases de Kundalini Yoga, blanca porque ese color es la proyección de todos los colores juntos y tiene un efecto de fuerza y energía en el campo magnético. Yogi Bhajan decía que «sólo con vestir de blanco tu aura crece por los menos treinta centímetros«.
Kalyani, así se llamaba el hombre de blanco, no sólo se vistió de dicho color, sino que además se puso su turbante con extremada delicadeza. No pude más que detenerme a mirarle con cámara en mano, intentando captar ese momento, pero en esta ocasión me pilló, así que por disimular empecé a hablar con él; me comentó la diferencia que había entre realizar una sesión de yoga con turbante y sin él. Le dije que pese a que se lo había visto a mucha gente, nunca lo había utilizado; me miró con cara de sorpresa y sorprendida me quedé yo cuando me dijo que estaba esperando a unos amigos para realizar una sesión de kundalini yoga y que por qué no me quedaba, así que sin pensármelo dos veces le dije que sí, pero que claro, en vaqueros cortos y camiseta no estaba muy apropiada. En ese momento, cogió el móvil, llamó a una amiga que iba a asistir a la sesión y le dijo que trajera ropa para mi, ufff pensé ¿qué yo me voy a poner ropa de alguien que no conozco? pero no me atreví a decirle nada, menos mal que la chica dijo que ya había salido de casa y que si volvía llegaría muy tarde a la sesión.
Mientras esperábamos a sus amigos, charlamos de la isla, de sus creencias y de la práctica de yoga que realizaba desde que tenía catorce años. Kalyani era un ingeniero aeronáutico que vivió durante unos años en India cuando destinaron a su padre, que era militar, a dicho país; allí se aficionó a esta disciplina y ahora aseguraba que no podría estar sin practicarla. Cuando se casó, volvió con su mujer a Colombo y trabajaba en el aeropuerto de la ciudad. Según avanzaba con los episodios de su vida, llegaron sus amigos, cuatro hombres de entre 45 y 50 años y dos mujeres de la misma edad. Todos ellos lógicamente se sorprendieron cuando vieron que me iba a unir a ellos, y más cuando les dije que todo había empezado porque había querido hacerle una foto y me había pillado. Colocaron sus batik sobre la arena, Kalyani previamente ya había puesto uno para mi, se pusieron sus turbantes y se colocaron en circulo, dejando en el centro unas piedras colocadas muy sutilmente que yo no sabía ni entendía para qué eran, pero claro no pregunté. De repente, justo cuanto íbamos a empezar ví como Kalyani buscaba entre sus bolsas, todo el mundo miraba sin saber qué pasaba, hasta que sacó un turbante y me dijo que me enseñaría a ponérmelo y que ese día iba a ser mi primera sesión de yoga de verdad. Estaba tan alucinada con la situación, que no me daba tiempo a pensar qué estaba haciendo en una playa con gente que no conocía de nada, dispuesta a comenzar una sesión de yoga, con un turbante prestado en la cabeza; pero la realidad, es que fue una experiencia formidable e inolvidable.
Según avanzaba la sesión me di cuenta de que no había ninguna diferencia con las clases a las que estoy acostumbrada a ir, pero tras finalizar la misma y antes de empezar la meditación, Kalyani se levantó, cogió las piedras y mientras que los demás estaban en posición de loto, éste empezó a golpear unas contra otras, creando una progresión de sonidos cambiantes, que generaban distintos efectos rítmicos.
Lógicamente fui incapaz de seguir la meditación, pero no me importó, decidí observar cómo creaba esos sonidos con simples piedras a la vez que cantaba los mantras. Al finalizar, me contó que la meditación con sonidos de piedras acompañados de los cánticos lo realizaban desde que una vez en el Templo de Mihintale (el que está en la foto del post) asistieron a unas clases de yoga dirigidas por un famoso maestro de Sri Lanka que ahora vivía en India. El maestro les contó que siempre que volvía a la isla, celebraba las meditaciones con sonidos de piedras y cánticos tal y como lo hacían sus antepasados, así que ellos decidieron retomar las costumbres.
La verdad no se si será cierto o no, porque no he encontrado nada sobre esa tradición, pero desde luego lo que si es verdad es que esos sonidos eran tan calmados, tan balsámicos que si hubiera conseguido realizar la meditación, en vez de estar mirando como creaba los sonidos, estoy segura de que me hubieran servido como medio hacia la visión interior, para trabajar directamente con la mente y así desarrollar de forma efectiva los estados de conciencia que forman un efecto directo sobre nosotros.