Día a día pasan sobre mí cientos de personas. Comencé siendo de madera; mi autor Mimar Hajrudin, alumno del famoso arquitecto Sinan me creó en 1566. Me llamaban el puente de los guardadores y me atravesaban comerciantes, soldados y viajeros. En aquellos momentos, sólo me acompañaban una docena de casas en territorio otomano, pero una vez fuimos fortificados, me cambiaron el vestido y me convirtieron en piedra.
A partir de ese siglo XVI, Mostar empezó a ser alguien entre los viajeros
Durante el siglo XVII me adosaron dos grandes compañeras, dos torres fortificadas, Helebija en la orilla derecha y Tara en la orilla izquierda.
Superé inundaciones, terremotos y todas las inclemencias del tiempo, por no recordar una época triste, donde grandes y pesados tanques nazis pasaron sobre mí durante la Segunda Guerra Mundial.
Soporté todo, pero no resistí los bombardeos de la guerra, eso no, el dolor fue tan grande que me destruyeron, y al destruirme a mí, intentaron hacer una brecha en las diferentes culturas de la ciudad que siempre me vieron como símbolo de unión.
Musulmanes y católicos han convivido día a día, siempre han permanecido conmigo, ellos forman parte de mi vida, de mi historia, la historia de “Stari most”.
En aquella época nuestro país formaba parte de la llamada República Federativa Socialista de Yugoslavia, junto con Croacia, Eslovenia, Macedonia, Montenegro y Serbia. Tras numerosos enfrentamientos, la gran diversidad étnica, religiosa, cultural y política, hicieron que surgieran diversos movimientos nacionalistas y separatistas, llegando a producirse una gran guerra. Y así, ante ese escenario y con un decorado lleno digno de las mejores postales, las fuerzas croatas sitiaron nuestra ciudad vieja, al oeste de mi gran amigo, el río Neretva.
En el año 1991 en nuestra ciudad había tres grupos étnicos: croatas, bosnios y servios junto a alguna minoría más. Aunque en gran medida estaban distribuidos por zonas, las comunidades eran normalmente mixtas, siendo Mostar una pequeña ciudad de gran diversidad cultural.
Pero todo se complicó, el día 8 de noviembre de 1993, a pesar de que no era mi cumpleaños, las fuerzas croatas me regalaron docenas de proyectiles. Sentía dolor, me iban dañando poco a poco; pero no sólo a mí, sino a todos esas personas que día a día me visitaban, me contaban sus historias, reían en mis muros y lloraban apoyados en mí. El 9 de noviembre me destruyeron, no logré sujetarme tras la inmensa llegada de proyectiles, me desvanecí sobre la gran barrera natural.
No sólo lloré yo, sino que también lo hizo mi fiel amigo. Sus verdes y brillantes aguas se convertían en rojas aguas, las lágrimas de un corazón ensangrentado.
Se dijeron muchas cosas, que si yo estaba construido con unos minerales rojos de piedras, que si uno de los morteros que me destruyó era de color marrón-rojizo, etc., pero realmente, sus aguas eran color de dolor, de angustia, de desasosiego, junto a mí, la ciudad se venía abajo, todos lloraban. Los bosnios no podían defenderse ya que no les podían pasar armas y además no podían alimentarse salvo de los productos que había sobre su suelo.
Mostar estaba en boca de todo el mundo y en el corazón de los habitantes de la ciudad
La destrucción no sólo se fijó y llegó a mi, otras muchas riquezas patrimoniales fueron afectadas también, ellas también lo sufrieron. Y así entre el horror de la guerra vivimos hasta el año 1995 que llegaron los Acuerdos de Dayton para poner fin a este despropósito.
Teníamos que resurgir, teníamos que volver a vivir, salir de nuestro profundo dolor y mirar hacia delante. ¡Lo hicimos! con ayuda de otros países como España conseguimos revivir, pero nunca fue, ni será lo mismo. Aquella diversidad cultural que existía y daba grandeza a nuestra ciudad, desapareció. Hoy en día sólo quedan vecindarios, grupos al oeste y al este del río que no interactúan.
Y en cuanto a mi qué decir. Por un lado estoy agradecido de que me volvieran a levantar y ser un conocido símbolo internacional, pero por otro, ahora sólo sirvo para selfies, para ver pasar a turistas que van de un lado a otro buscando la mejor foto, el mejor recuerdo del bazar de Kujundziluk, el mejor té o la mejor comida de la zona antes de irse a pasear por la Calle Marsala Tita para finalizar las compras y cenar en uno de los buenos y bonitos restaurantes.
Pero bueno, aún así estoy contento, sirvo para que mi ciudad pueda resurgir, no podíamos hacer nada salvo atraer al turismo, teníamos que reinventarnos.
En 1998 la UNESCO emitió un llamamiento para agregar un fondo para reconstruirme y gracias al Banco mundial y al Banco de Desarrollo del Consejo de Europa, a las autoridades locales, a Italia, Holanda y Croacia se recaudó el dinero necesario . Empezó mi reconstrucción con parte de mis antiguas vestimentas y con otras piedras del tipo “tenélija” y “brecha” provenientes de canteras locales.
Me sentía feliz cuando veía que mis compañeros, esos habitantes de la ciudad de ambos lados del río, trabajaban en escuelas de piedra creadas por las autoridades para conocer las técnicas que un día me vieron nacer. Todos nos sentíamos bien, útiles, colaborábamos para nosotros y por nosotros.
Llegó el gran día, el 23 de julio de 2004 volví a estar de pie y además estando declarado como Patrimonio de la Humanidad con mi querido barrio antiguo. Otras edificaciones también fueron reconstruidas, aunque todavía faltan cientos de fachadas por restaurar, por eliminar esos impactos de balas que representan las cicatrices de un pueblo, no se si separado o unido por el dolor, pero lo que sí se, es que seguimos aquí y abrimos los brazos a todas esas personas que nos quieran conocer y quieran conocer nuestro precioso casco antiguo repleto de arquitectura pre-otomana, otomana-oriental, mediterránea y austro-húngara. Podrán admirar las mezquitas turcas del siglo XVI, los baños y disfrutar de nuestras tradiciones, que una de ellas no es que me guste mucho, pero bueno, no seré un viejo puente cascarrabias y seré un puente moderno, vital donde mis jóvenes amigos se suben para lanzarse hasta las frías aguas de mi amigo que vuelve a lucir sus brillantes y verdes aguas.
Nuestra ciudad, pese a su dolor, vuelve a sonreir
8 Comments
Bonito relato Gemma
Disfruta del tiempazo
Yo congelandome en Munich con nieve y hielo
Un abrazo fuerte
Gunter
Mil gracias por tus palabras. Disfruta mucho aunque sea con frío, me encanta esa ciudad. Besos
Vivo de nuevo sobre el puente cuando leo lo que escribes, como transmites.
Gracias Gema por hacernos un poco más cultos, un poco más rico al compartir lo que sabes con nosotros….. Increíbles fotos.
I ❤️ IT.
Mil gracia a ti por tus palabras, tus apoyos y por estar siempre ahí. Es un lugar que además de ser bonito es simbólico, y lleno de historia aunque en este caso sea triste, pero bueno, supieron resurgir. Besos
Precioso relato, y bonitas fotos. son una pasada
Besos
Mil gracias, es una ciudad con mucho encanto. Besos
Queridísima amiga, Gema:
Me ha emocionado mucho tu relato.
Tienes un mágico “don”….y una “varita mágica” … con la que das la vida… a tus maravillosos recuerdos de una forma magistral!!
Solo puedo darte las GRACIAS🙏…por ser tan generosa, por compartir tus conocimientos y tus experiencias vividas y acumuladas en tu memoria… y tu corazón …durante tantos años viajando alrededor del mundo .
¡¡TODO UN ORGULLO TENERTE DE AMIGA!! TE QUIERO.
Tu sí que me has emocionado, mil gracias por tus palabras y por estar siempre conmigo. No te puedo querer más. Mil besos