Mahpiua y su valle de las rocas

Cuando nos encontramos a Mahpiua realizando cuadros de arena en un rincón escondido en el  Cañón del Colorado, nunca pensé que sería una de las personas más curiosas y entrañables que conocería en un viaje. Este indio navajo de 32 años vivía en Willians,  famoso pueblo del viejo oeste ubicado en la histórica ruta 66, lleno de moteles, bares, tiendas y siendo la puerta de acceso para llegar al Gran  cañón en un turístico tren de vapor denominado “Grand Ganyon Railway”.
Mahpiua, pese a los enfrentamientos familiares se estableció en la ciudad tras la muerte de su abuelo, de eso hacía ya doce años, encargándose de la limpieza de un pequeño bar con el fin de poder conseguir el suficiente dinero para subsistir y dedicar el tiempo libre a su gran pasión, la realización de pinturas de arena.
Me fascinaba ver esa lluvia de arena de colores cayendo con gran delicadeza entre sus dedos, creando una composición cuaternaria perfecta; me explicó que todos los símbolos eran sagrados y que el verdadero objetivo de esas pinturas era crear un mundo mágico para llevar a cabo la curación, sirviéndose de la elaboración de las mismas para equilibrar y dar armonía al organismo del enfermo, todo ello, acompañado de oraciones y cantos. William Gilbert en su artículo El pueblo Navajo, señala que “(…) con la religión tienen su propia filosofía sobre la vida, creen en la brujería, espectros y en lo sobrenatural. Lo importante para lograr éxito en la vida es mantener el orden en los sectores de ésta que están fuera del control del hombre a través de las ceremonias o ritos”, y es en estas ceremonias realizadas por el chamán, donde las pinturas son utilizadas para completar los rituales de la sanación, ya que al activar su poder, surge lo sobrenatural y éste es aprovechado, como señala David Elgea, por el “hombre medicina” para la curación del paciente. Todos los elementos que confluyen, crean el ambiente de lo divino, de lo sagrado, activando las creencias, que conllevan a un poder de sugestión tal, que hace que aunque el enfermo no se cure, éste no reduzca la creencia.
Le comenté similitudes de esas pinturas con los mandabas tibetanos (khil-Khor), que a mí tanto me gustan y él no conocía, y que también podían ser realizados con arenas de colores y ser destruidos después de la realización del ritual. Al principio pensé que no le interesaba mucho el tema pese a que me escuchaba con interés, pero una vez más con él me equivoqué, ya que la siguiente vez que nos vimos llevaba varias notas apuntadas en su móvil de las búsquedas que había realizado en internet, llegándome a mencionar el contenido de la Instrucción oral de Gueshe Khenrab, maestro residente del Instituto Loseling en México.
Su voz melódica y sus interesantes historias nos tuvieron horas en ese lugar, nos recomendó leer las páginas escritas por Joseph J. Campbell en cuanto a la simbología de sus pinturas se refiere, diciéndome que pese a que a él le encantaban sus ideas, no siempre estaba de acuerdo con ellas.
Tras ver atardecer en ese maravilloso enclave le dijimos que al día siguiente iríamos a Monument Valley; cual fue nuestra sorpresa cuando se ofreció a acompañarnos porque su familia trabajaba allí (era una de las encargadas de los tours que ofrecen las agencias por el Valle). Le dijimos que veríamos sólo lo que se permite con el acceso básico y en nuestro propio coche, pero insistió en que no, que yendo con él no pagaríamos nada y que lo realizaríamos en su jeep. Parecía más que estábamos en cualquier país asiático por el gran interés mostrado en acompañarnos en nuestras visitas,  que en el propio EEUU.
Al principio no sabía qué creer, y de hecho aunque esté mal decirlo, dudé de sus intenciones, pero total, ¿Qué podíamos perder? Accedimos al Centro de visitantes a través de la ruta 163, Mahpiua ya estaba allí, nos explicó su historia y capturé la imagen más fotografiada de este Valle. Había visto ciento de veces esta escena pero hasta que no estás allí no te das cuenta cuál es la dimensión y profundidad del escenario de tantas y tantas películas. Una vez más pensé en esa frase que tanto me gusta de Samuel Johnson: “Viajar sirve para ajustar la imaginación a la realidad, y para ver las cosas como son en vez de pensar cómo serán”.

Después nos presentó a su familia e hizo exactamente lo que había dicho, montamos en su jeep y sin pagar nada estuvimos recorriendo el Valle durante seis horas. Insistí en pagarle, pero se negó en rotundo, decía que el haberle escuchado e interesarme por sus pinturas era más que gratificante, y que eso sí que no tenía precio. 

Fuímos paseando por todos los míticos escenarios del valle, Elephant Butte, The three sisters, Camel butte, Bird Spring, Totem Pole, nos mostró una cabaña que está preparada para los turistas que realizan el tour guiado por el Valle para que pudiera hacer una foto,  etc., para más tarde adentrarnos a las profundidades del valle, llegando a un pequeño poblado donde me pidió que no hiciera foto alguna, ahí entendí que nos hubiera llevado a la cabaña turística. Llegamos a un lugar donde el color tierra mezclado con ese azul resplandeciente del cielo cautivaba, jamás he visto algo tan auténtico, un poblado navajo de verdad, no me lo podía creer, ni en mis mejores sueños hubiera pensado poder presenciar tal escenario, fue como estar inmersa en una película. Habría una treintena de cabañas de arena y paja realizadas por ellos mismos, todas rodeaban a una cabaña más grande que era la del chamán.  Conocimos únicamente a sus hermanos, sus padres no quisieron salir de sus cabañas. Nos ofrecieron unas tortas de maíz rellenas de carne que estaban deliciosas y unos pasteles de leche de cactus, sorprendentemente buenos. Fue fascinante, todavía hoy cuando lo recuerdo me sigue emocionando. Tras estar allí un corto espacio de tiempo, montamos nuevamente en el jeep y regresamos al Centro de Visitantes; Mahpiua tenía que volver a la ciudad con hora para llegar a su trabajo. Al despedirnos de él intenté nuevamente darle dinero y siguió negándose; así que como había visto que mientras que escribía en mi cuaderno no dejaba de mirar mis plumas de colores, conseguí que aceptara dos de ellas. Nunca olvidaré sus palabras: “Este regalo sí lo acepto porque sé que tus plumas son importantes para ti, que me las regales tiene una connotación emocional que me hace sentir bien” me dejó nuevamente sin palabras.

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Sin duda, pasear por Monument Valley fotografiando esas moles rocosas de color rojizo teñidas por el sol del atardecer, es una experiencia única, pero si lo haces de la mano de Mahpiua es un auténtico regalo.

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